Capítulo IV

by - diciembre 30, 2018

28 días con sam, literatura juvenil

Me alejé de aquel lugar como alma que lleva el diablo, mientras la música seguía sonando incluso a través de las puertas y los metros que iba poniendo por medio. No miré atrás, ni un instante. Tenía miedo de perder las fuerzas para irme si llegaba a mirarlo otra vez. Salí a la calle y me llené de realidad. De incredulidad por lo que acababa de contemplar y ya en la acera, rodeada de gente, logré atisbar la ventana de aquél mágico salón en el que sin duda, él seguiría tocando frenéticamente melodía tras melodía.
Y sonreí. Sonreí muy fuerte y en silencio. Como sólo pueden serlo aquellas sonrisas llenas de nunca más y para siempre. Sonreí como nunca antes había sonreído y fíjate qué locura, me sentí llena y vacía al mismo tiempo. Permanecí aún unos minutos intentando adivinar si a esa distancia, entre el gentío y el murmullo constante de la gente, podía distinguir el sonido de su teclado.
Más tarde me explicaría que cada vez que tocaba se olvidaba de sí mismo porque ponía el alma en la música. Lo creí sin dudarlo. Lo creí muchas veces. Tantas que ahora me hace daño. Tantas incluso que olvidé por completo creer en mi misma.
Me arrebujé en la chaqueta y caminé calle abajo. La cámara aún colgaba de mi cuello pero no era la misma cámara que tenía unas pocas horas antes, no. Ahora esa cámara era única. Única porque había sido testigo de uno de los milagros más bonitos y horribles que pueden existir. Y ahora era mío.
Llegué a casa y la soledad de mi apartamento me dejó por un momento desconcertada. Me quité el abrigo, me descalcé de mala manera y caminé hacia mi dormitorio. Dejé la cámara reposando encima de mi cama y fui a hacerme una infusión. Necesitaba calmar los nervios.
¿Qué había ocurrido exactamente?
No dejaba de hacerme la misma pregunta una y otra vez. No dejaba de vislumbrar su perfil en mi memoria. No dejaban de sonar aquéllas notas huérfanas dentro de mi cabeza. ¿Qué ha pasado?
Tiene sentido que tratara de encontrarle algo de lógica a todo el asunto, aún no era consciente de que había perdido algo por el camino. De que estaba incompleta. De que había vuelto a casa, sí, pero siendo menos yo de lo que normalmente solía ser. Aún no era consciente del todo de que mi vida iba a cambiar, de que iba a necesitar muchas dosis de aquella tarde para poder seguir respirando adecuadamente. No era consciente de que iba a necesitarle como quien necesita respirar para poder vivir. No sabía que inconscientemente, a partir de aquella noche, iba a recorrer la misma calle una y otra vez esperando encontrarme con él por casualidad.
Cogí la cámara y empecé a revisar las fotos. Había alguna mal enfocada, con un encuadre algo pobre en cuanto a precisión, sin embargo lo que había dentro de la imagen lo compensaba infinitamente.
La delgada línea que perfilaba todo el ambiente, la luz anaranjada de la farola colándose dentro de aquella habitación y sus manos moviéndose frenéticamente de un lado a otro. Aquello era la perfección hecha imagen. Llegué sin darme cuenta a la primera foto, la del reloj y lo vi contemplándome. Con esa media luna en la comisura de los labios, las mejillas arreboladas y el pelo bailando con el viento. Sus ojos castaños sonreían con picardía y serenidad.
“Sígueme”
Y yo le seguí. Y aquella noche soñé con pianos. Y con música. Y con él. Y mi infusión se quedó encima de la mesa, donde la había dejado antes de revisar las fotos, enfriándose y dejando que la huella del tiempo pasara por encima y grabara en su superficie, el paso de las horas.

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